El martes 18 de noviembre se convirtió para muchos de nosotros en una cita ineludible a priori e inolvidable a posteriori. Rafael Argullol, (Barcelona, 1949), escritor, poeta, viajero y aventurero del alma humana, fue el protagonista del segundo encuentro del Ciclo de Pensamiento de Can Prunera, agitando la amnesia y apatía contemporáneas con un humanismo inteligente, cercano y lúcido. Siguiendo la estela de su última obra Caminar, Pensar, escribir, la voz de Rafael, siempre profunda y sabia, nos alumbró sin cegar, removió sin condescender y guió sin pontificar. Dijo que debemos agitar el mundo que viene y vendrá con humanismo, poesía, espera y una devoción laica por la palabra: el elemento central de la salvación. Al principio era la palabra, el verbo y así debe seguir siendo.
El mundo ya no tiene asideros como lo eran las religiones de antaño. El hombre moderno, siempre solipsista y ombliguero, cree haber matado a los dioses para ocupar el trono vacante; pero Rafael acaba con esas ínfulas divinas con una sentencia astuta: los dioses no han muerto, se han desvanecido y aguardan su momento para volver. Hasta que vuelvan de nuevo, nos propone pensar, leer e ir oscilando entre la esperanza y la bondad, dos palabras que requieren del íntimo silencio y el no reconocimiento viral para sembrar en el presente los árboles que nos darán fruto y sombra en el futuro. Theodor Kallifatides en su obra Timandra nos recuerda que a Sócrates le hubiera gustado ser un árbol para dar sombra a sus amigos, escucharlos reír y filosofar bajo su amparo y dejar que el frescor de su copa atemperara la vanidad del sol estival. Rafael fue también encina benefactora, olivo dadivoso y refugio contra la intemperie, porque todos pudimos disfrutar con él y llevarnos a nuestros hogares perlas de sabiduría.
Con la perspectiva que dan el conocimiento y el paso del tiempo, Argullol comentó que no le teme a la muerte, pero que para él es un fastidio, porque esta vida, la de todos, le gusta y quiere seguir buceando y gozando en ella. Pero sabe, como gran lector de los trágicos griegos (Sófocles, Eurípides y Esquilo) que somos efímeros, es decir, hombres de un día, y que, en la brevedad de nuestra estancia en la tierra, si hay que escoger, debemos escoger el pensamiento, que es un resplandor entre las noches, como escribe en Aventura: una filosofía nómada.
Su forma de observar el mundo ha ido cambiando entre viajes, escrituras transversales y caminos transitados, llegando a una conclusión que sacó una sonrisa general a los más de cincuenta asistentes al acto:
Conforme van pasando los años he ido dividiendo a los seres humanos en dos grandes grupos: los que me hacen la vida agradable y los que no. Con los segundos, procuro no coincidir.
Gran enseñanza que nos podríamos aplicar a diario para evitarnos disgustos. De las miserias suele ser alivio la buena compañía escribió Miguel de Cervantes y si seguimos la recomendación cervantina, entraremos en un mundo de particular interés para Argullol: la hospitalidad esencial del corazón. El verdadero amigo y la hospitalidad eran representados por los griegos con su sýmbolon, y por los romanos, con la tessera hospitalis, creando una tablilla para formalizar una unión, ya fuera mercantil, humana o religiosa. En nuestro caso particular, era entre dos amigos verdaderos que, para forjar esa amistad imperecedera, creaban una tessera, la dividían en dos y cada uno se llevaba una parte. Al reencontrarse después de muchos años, la volvían a unir y su amistad quedaba refrendada. La tessera hospitalis de Argullol son sus libros.
De la mano de Rafael fuimos descubriendo también que todo ser humano debe ser un discípulo de la espera, incluso cuando viaja, siente o lee. Nada debe ser reaccionario. Los mejores maestros para enseñarnos a esperar son los libros -consuelo y compañía- que alumbran las zonas oscuras del alma. La poesía sería otra gran maestra, maestra del eco, como nos recuerda Rafael citando a Mandelstam. Para el alivio y el malestar, Rafael nos recetó los mitos, que, para él, son verdades situadas en otra dimensión, tal vez, en otro lugar. De los griegos aprendió todo lo que sabe, dice, sobre todo de Platón, Aristóteles, Heráclito y Epicuro, así como de las tragedias de Esquilo, que son la cumbre de la literatura para él.
Al final, cuando el público comenzó a unirse a la conversación, se creó una suerte de hermandad efímera de pensadores en la que nos sentimos arropados, no queriendo, como Goethe, que ese instante terminara jamás. Le agradecemos de corazón a Rafael su presencia anímica, caballerosidad y elegancia, así como su imperativo filosófico que rehúye del conócete a ti mismo para abrazar el ¡piérdete y vuelve!
Nos perderemos y volveremos mil veces, querido Rafael, unidos en una eterna Danza Humana, caminando, pensando y… viviendo.
