La Serra de Alfàbia atardeció vestida de gris perla. Las nubes, siempre tan soñadoras, cubrieron con su manto los árboles en las montañas. Qué grata sorpresa se llevarían al escuchar la primera canción de Alanaire, dedicada al alma de los árboles. El verso inicial asentó la poética de una tarde inolvidable en el jardín de Can Prunera:
Si yo fuera un árbol la paciencia sería mi pasatiempo…
Y como la que habla el idioma secreto del viento, Laura Serra, (voz y teclado) se convirtió en musa de las hojas, las raíces y los juncos sosteniendo con la delicadeza de su canto los corazones de los asistentes. Acompañada de su fiel escudera musical, Leire Corpas, (guitarra y coros) crearon una atmósfera de sosegada tranquilidad. Los mirlos también hicieron de coristas; incluso los gorriones, tan juguetones, detuvieron sus aleteos para escuchar a Laura y a Leire convertir la poesía en música. Se produjo una alquimia melódica, una armonía universal que nos unió y nos hizo sentir más relajados, tal vez más humanos.
Alanaire también bailó con la memoria de los que ya no están. De una forma sutil y elegante introdujeron uno de sus últimos temas, Aurora, un in memoriam dedicado a Aurora Picornell, cuya sonrisa sigue iluminando sendas incluso desde la muerte. No debemos olvidar un pasado que también es nuestro. Ahora volvemos a casa, nos recordaron. Volver es siempre una aventura, es deshacer el camino, mirar atrás y, tal vez, sonreír por lo vivido, pero también por lo sufrido. Música reflexiva, en fin, de la que deja poso y ayuda a vivir mejor.
También hubo tiempo para el cuidado y las caricias. Ellas sanaron nuestras penas cuando homenajearon a otra gran cantante, Lucía Fumero, pianista nacida en Barcelona, pero de raíces argentinas. Como dos ventrílocuas profesionales, dieron vida a la voz de Lucía y volvieron a emocionarnos cuando cantaron que:
Buscando mil remedios encontré mi oración,
y es que cuando yo canto me protejo el corazón.
Gran sensibilidad y belleza habita en estas palabras. Es lo bueno del minimalismo de Alanaire que deja espacio también para la filosofía y la reflexión. Uno de los asistentes al concierto, el ya anciano poeta y músico inglés Max, residente en Sóller, nos dijo que su alma se iba llena de emoción a casa. No se esperaba encontrar tanta belleza en Can Prunera.
Tan sorprendidos como Max, estuvieron también los asistentes americanos, ingleses, franceses y belgas que vinieron al concierto. La canción No m’ho esperava, resume su asombro. Cantada como un mantra espiritual atemperando el ruido contemporáneo Alanaire inspiró calma y exhaló literatura:
Las palabras que digo se me escapan,
bruscamente se ha abierto una grieta,
y, de repente, ha entrado claridad.
No me lo esperaba.
Exactamente esto nos repetían una y otra vez: no me lo esperaba. ¡Qué inesperada sorpresa! Y nosotros nos preguntamos: ¿No suele ser lo inesperado, lo inadvertido y asombroso, la sal de la vida, el condimento de los días? Gracias, Alanaire, por existir y por recordarnos que lo sencillo y lo verdaderamente humano, vence siempre a lo superfluo y estridente.
El sábado 25 de octubre podremos disfrutar del último concierto del ciclo de Nits de Libél·lula en el jardín de Can Prunera con un concierto de Leire Corpas, guitarra y voz, que pondrá el broche de oro a un festival musical que promete repetir el año que viene.